CÉSAR
SANDINO
EL
ESPÍRITU DE LA DIGNIDAD POÉTICA HISPANOAMERICANA
¡Patria!
Desafío de esta tierra nuestra
Lanzado
contra nosotros y contra de nuestros antepasados
Para
decidir sobre el bien común
Y
envolver la Historia en la bandera de nuestro idioma
El
Canto de la historia surge de la gesta fundada en la roca de la voluntad
Desde
la madurez de nuestra autoconciencia,
Juzgamos
nuestra juventud, los tiempos de la desmembración y el siglo de oro
Tras la
adorada libertad vino la condena al cautiverio
Los héroes
llevaban sobre ellos la sentencia:
Al
desafío de la tierra entraban como en una noche oscura exclamando:
¡La
libertad vale más que la vida!
KAROL
WOJTYLA
EL
POETA QUE SERÍA PAPA
Augusto César Sandino es una de esas
extrañas figuras históricas que, de tiempo en tiempo, nos dejan impávidos, por trasformase
en el espíritu mismo de la historia, nos referimos a la gesta que estuvo
llamado a realizar. Me vienen a la memoria las palabras del premio nobel de
Física, Albert Einstein, al
referirse a otro hombre excepcional, Gandi
durante su funeral: «…las siguientes
generaciones tendrán que creer que nunca hombre igual paso por esta tierra»;
de igual manera, el mundo entero, y muy
especialmente Hispanoamérica, tendrá que creer que existió un hombre como César
Sandino, un ser excepcional que no deseaba riqueza, ni poder, ni gloria, solo
la dignidad de su oprimido pueblo, sabiendo que eso podría costarle el bien más
preciado que todo hombre posee: la vida
misma. Él fue de esas escazas figuras románticas de verdad, de esas que, de
cuando en cuando, aparecen en el mundo para conmovernos con sus acciones y
pensamientos, mismos que lanzan al aire cuan flores en primavera. Su propósito
no es solo despertar nuestra conciencia haciendo que veamos la injusticia
humana, sino también para mostrar cuáles podrían ser las soluciones a tales
problemas. Este tipo de hombre está llamado a inspirar a poetas y a personas
comunes por igual, para que escuchen los latidos de su corazón libertario. Este
texto está dirigido a ese poeta que escribió con su sangre odas a la dignidad y
libertad de Hispanoamérica y cómo su ejemplo mostró el camino para muchos escritores,
muy especialmente, a nuestro ángel de las letras, Gabriela Mistral, quien expresó a través de la prosa, el ejemplo
que fue este nicaragüense para el mundo.
Mayo de 1927, nuevamente Estados Unidos
interviene en el corazón de la América morena, es parte de su “espacio vital”,
y bajo su retorcida moralidad política
en donde se mezclan concepciones económicas, empresariales y de estrategia
geopolítica se arroga el derecho de conquistar a estados reconocidos y
soberanos sin ningún tipo de escrúpulo o remordimiento democrático, aún más
esgrime su deber de defender los “Derechos Humanos” y la “Democracia” como un
valor vital, aun cuando esto sea solo una cortina de humo para engañar al mundo
y esconder sus verdaderos fines que van en una vía totalmente diferente, y esta
no es otra, que resguardar sus intereses vitales en materias primas y mano de
obra barata. Pero esta vez la empresa no será tan fácil como siempre, porque un
hombre ésta dispuesto a decir “NO”,
no en contra de la injusticia perpetrada, no en contra de la prepotencia de los
poderosos, no por la dignidad de su
pueblo, no por la libertad de América.
Este singular hombre es el comandante Augusto César Sandino, quien empujado
por las circunstancias se levanta en armas en contra de la intervención militar
y política en su amada patria Nicaragua. A partir de esa fecha librará una de
las resistencias más enconadas y heroicas que se tenga noticia en las tierras
vírgenes y selváticas de las montañas de
las Segovias en contra de las fuerzas avasalladoras de la potencia del
norte y los colaboracionistas de turno.
Al frente de estos lagartos hambrientos de siempre, que nunca faltan y
que sobran en la historia de cada pueblo, se encontraba el títere y futuro dictador–presidente
Anastasio Somoza, también conocido “cariñosamente”
por su seudónimo “Tacho”.
Henry L. Stimson |
Nicaragua se había desangrado en una
bestial guerra civil entre la poderosa elite de conservadores y liberales. Estados
Unidos, que veía cómo sus intereses comerciales peligraban, y bajo el argumento
de que ambos bandos lo deseaban, impuso un acuerdo de paz conocido como el pacto
Stimson – Moncada, negociado por su
inspirador, el político Henry L. Stimson
colaborador y consejero del presidente Calvin
Coolidge (1923 – 1929). Se contó, además, con el respaldo de las fuerzas de
los “marines”, quienes desembarcaron
en las tierras del poeta Rubén Darío para garantizar la aceptación y
atemorización de las fuerzas políticas del país. Todo se realizó debido a que
Estados Unidos solo deseaba «por humanidad» detener el sufrimiento del pueblo
nicaragüense, como hipócritamente afirmó el presidente Coolidge en una
entrevista a la prensa norteamericana donde explicó sus acciones de por qué
colocaba a los hijos de su pueblo en la
disyuntiva de morir o asesinar en una lucha que a todas luces no se comprendía
bien en la sociedad norteamericana. Por
cierto, se le olvidó mencionar que además de sus buenas acciones, protegería
los intereses de una de sus empresas internacionales estrella: la «Unit Fruit Company», de muy triste memoria en América.
Ese es el por qué hizo que un joven César
Sandino se levantara en armas, él más que nadie deseaba la paz para su pueblo. El
horror de la guerra ya había cobrado un alto precio de devastación y muerte
entre los campesinos pobres y los inocentes de siempre, por eso llegar a un
entendimiento era necesario, pero el costo que imponía las fuerzas fácticas por
esa paz, era demasiado alto ya que lo que se pedía era nada menos que la
dignidad de un pueblo libre que tenía que someter su voluntad nacional, su libertad
a una potencia egoísta y opresora. Es así como Sandino levantando la voz, grito
a los cuatro vientos de América que: «Soy nicaragüense y me siento orgulloso de
que en mis venas circule, más que cualquiera, la sangre india americana, que
por atavismo encierra el misterio de ser patriota, leal y sincero, el vínculo
de nacionalidad me da derecho a asumir la responsabilidad de mis actos en las
cuestiones de Nicaragua y por ende, de la América Central y de todo el
Continente de nuestra habla, sin importarme que los pesimistas y cobardes me
den el título que a su calidad de eunucos más les acomode».
La paz ganada tan arteramente, en la
práctica era la entronización de la opresión de los autodenominados
conservadores y la intervención de Estados Unidos, que ya lo había hecho antes.
Recordemos que el general Benjamín Zeledón
se había levantado años atrás en contra de las injusticias sociales y políticas
en Nicaragua y que fue derrotado por la intervención de las fuerzas
norteamericanas. Una vez más, los sueños de igualdad y fraternidad del pueblo
quedaban aplastados. Por esta razón Sandino sabía que el “regalo de los Danaos” era la traición y la esclavitud, así que prefirió
seguir luchando solo, como David contra Goliat. Formó un reducido ejército con
apenas treinta hombres que denominó «Ejercito
Defensor de la Soberanía Nacional», que se enfrentó con las tropas de invasión.
Lentamente sus fuerzas se fueron multiplicando con la incorporación de
campesinos que huían de las acciones criminales de los soldados estadounidenses
contra la población civil. Llegó a tener casi seis mil hombres, de los que, en
cuatrocientos diez enfrentamientos, perdió solo algo más de mil hombres, considerando
la abrumadora superioridad del enemigo que poseía todos los avances técnicos a
su haber. Pero no lograron derrotarlo. Como no pudieron destruir la fiera resistencia,
los norteamericanos decidieron formar un ejército con lugareños denominado «Guardia Nacional». Las intenciones detrás
de esta estrategia eran claras: primero, no deseaban seguir derramando sangre
de sus conciudadanos; y segundo, no estaban dispuestos a reconocer frente al
mundo que, como potencia, habían sido derrotados por un puñado de insurrectos.
Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional |
Pero a pesar de su soberbia, las fuerzas de la
Guardia Nacional, sostenida por el poder del invasor, tampoco pudieron derrotar
a ese grupo de campesinos poetas que sufrían los más grandes dolores sin perder
la fe en su causa justa, guiado por ese pastor conocido como «General de hombres libres», según lo
denominó el escritor francés Henri
Barbusse. La guerra lejos de terminar se volvió más virulenta, cruel y
despiadada, los bombardeos indiscriminados contra ciudades y poblados por parte
de la aviación norteamericana fue la tónica de una guerra desesperante para una
potencia que no sabe cómo terminar con el espíritu de la genuina libertad de un
pueblo.
Finalmente los vientos políticos cambiaron en
el país del norte, ya que llegó al poder
un nuevo presidente, con una visión administrativa diferente, nos referimos a Franklin Delano Roosevelt. A diferencia
de su antecesor Roosevelt deseaba cambiar la política intervencionista en
Nicaragua, por dos motivos prácticos: primero, sus ideas estaban más inclinadas
a la justicia social y a la colaboración económica y política con el resto del
mundo, de ahí que instaló una nueva plataforma de relación con Hispanoamérica
en un plano más de igualdad que él denominó como política del «Buen Vecino». El segundo motivo saltaba
a la vista, la crisis económica de 1929 no le permitía seguir derrochando
millones de dólares del erario nacional, en una verdadera sangría de dinero en
la que se había trasformado la intervención en Nicaragua, el país no podía, ni
debía soportar más aquella absurda
perdida de fuerzas ya muy descalificada en el mundo.
En 1933 las fuerzas norteamericanas se
retiraron oficialmente sin haber podido derrotar al general poeta y sus hombres.
Inmediatamente después de la retirada, Sandino envió una propuesta de paz al
presidente liberal Juan Bautista Sacasa,
quien la aceptó de inmediato. La lucha llegó a su fin, la patria había
mantenido la dignidad nacional en esta difícil prueba. Todas las fuerzas del
Ejército Defensor de la Soberanía Nacional fueron desmovilizadas y reintegradas
a sus hogares, solo unos cien hombres permanecieron armados como fuerzas de
seguridad de C. Sandino, sin embargo, los odios de los traidores era fuerte aún
entre la soldadesca mercenaria de la Guardia Nacional.
Anastasio Somoza |
Pero el ejército de traidores nicaragüenses y
su jefe, el títere de Estados Unidos general Anastasio Somoza García "Tacho" no deseaban cumplir con
su palabra empeñada, porque en verdad no la tenían. César Sandino era un
peligro, él encarnaba el grito de libertad de un pueblo y debían acallarlo como
fuera. Para los hombres ruines solo existe el asesinato a traición como
solución, por ello después de una comida en «La Loma», el palacio presidencial, César Sandino junto a su padre Gregorio Sandino, el escritor Sofonías Salvatierra y sus
lugartenientes generales Francisco
Estrada y Juan Pablo Umanzor
fueron detenidos por una patrulla militar dirigida por un hombre despreciable
llamado Lisandro Delgadillo, quien
siguiendo las órdenes de Anastasio y con el beneplácito del embajador de
Estados Unidos, Arturo Bliss Lane,
capturó al hombre que tanto había hecho soñar a su pueblo. Sandino y su grupo
fue llevado a la cárcel en donde su padre y Sofonías fueron separados del
grupo. Finalmente Sandino y sus dos generales trasladados a un campo baldío
llamado la «Calavera» nombre que presagiaba
la acción artera que sería perpetrada ahí. César el «General de ese pequeño ejércitos de locos» como Gabriela Mistral
solía llamarlo, fue asesinado junto a sus leales colaboradores y enterrado en
una tierra virgen que abrazó a sus hijos y lavó su sangre de tan siniestra acción
ejecutada cuan Caín en contra de sus hermanos, ya que estos habían muerto
defendiéndola del pie extranjero que deseaba mancillarla.
El asesinato alevoso no quedó en el silencio,
como esperaban los criminales, el pueblo pidió justicia. El presidente Sacasa
abrió una investigación que a todas luces decía que había sido su sobrino
“Tacho”, quien ni siquiera negaba su orden, sino que por el contrario se
ufanaba de su despreciable y traidora acción; por ello, en un acto de cobardía
y vileza, el presidente fantoche decretó una amnistía general a favor de
cualquier criminal que hubiera cometido algún delito de sangre desde el 16 de
febrero de 1933 hasta la fecha. Esta amnistía que tenía nombre y apellido,
también limpió de culpas legales la destrucción y matanza del poblado de Wiwilí realizada unos días después de
la muerte de Sandino. Allí se encontraba la cooperativa agrícola creada por el
general de hombres libres para sus compañeros de armas, los leales campesinos
pobres de la Segovia. Su cuerpo fue enterrado en secreto, pero a pesar de ello
la gente del pueblo peregrinaba hasta esas tierras que cobijaban a tan grandes
hombres. No fue sino por temor frente a las protestas universitarias que arreciaron
en los años 50’, que el dictador Anastasio
Somosa, quien ya había derrocado a su tío en el mayor espíritu de «democracia bananera» posible, y que había
entronizado uno de los gobiernos más corruptos y detestables de América; viendo
patente un nuevo alzamiento de un ejército de hombres dignos que siguieran a ese cruzado de antaño, decidió
exhumar su cuerpo y cremarlo. Con los
años, Tacho se trasformó junto con Trujillo de Santo Domingo, en uno de los símbolos de la perversión en el gobierno. Era
tanta su crueldad y ambición, que incluso el presidente de Estados Unidos, Roosevelt,
después de una reunión con Somoza padre en la oficina oval, no pudo menos que
decir: «Es un hijo de puta, pero es
nuestro hijo de puta», casi excusándose por respaldar a este tipo de
hombres pervertidos.
No obstante, si bien la alteridad de las
circunstancias provocó el asesinato de Sandino, esto no impidió que se alzara
él como la figura que siempre fue, la de un hombre con una dignidad y honorabilidad
a toda prueba, que guio a hombres libres en una lucha para sacudirse al
prepotente invasor y por ello los poetas no pudieron menos que rendirle un
homenaje a aquel que escribió con sangre versos de libertad.
Entre los grandes poetas que lo reconocieron
como un igual, está nuestra Gabriela Mistral. Aquella digna mujer, sensible a
las injusticias y los sin sabores de la opresión, supo ver en Sandino un alma gemela
por la pasión de América, un alma que había que defender, y ella, sin miedo en los
labios, lanzó, en el mismo corazón de Estados Unidos en 1931, una ola de panegíricos,
de alabanza y de defensa, por aquel hombre agredido por las fuerzas fácticas, y
le puso el sugerente nombre de «La
cacería de Sandino, el General del Pequeño Ejército Loco». Solo ella podía
con pluma veloz y locuaz plantar cara al presidente de Estados Unidos, sucesor
del invasor Coolidge, Herbert Hoover
y al diario The New York Times, el
principal medio de información de la costa este, que mentían al tildar a
Sandino de «bandido» o «insignificante jefe desequilibrado»,
porque este en realidad era un «hombre heroico, héroe legítimo, como tal
vez no me toque ver otro…»; ella hacía comprender al pueblo norteamericano
que los insultos y ese juego maniqueo que deseaban construir sus autoridades a
propósito de la guerra en Nicaragua, era simplemente una burda estrategia caricaturesca,
tan propia del espíritu puritano norteamericano, donde solo caben «buenos» y «malos».
Pero su panegírico no se quedó en solo
alabanzas, sino que exigió a cada hombre digno de América apoyar a tan noble
causa porque «Nunca los dólares, los
sucres, o los bolívares sudamericanos, que se gastan tan fluvialmente en
sensualidades capitalinas, estarán mejor donados”, porque la causa de Sandino
es la causa de todo hombre que en las venas corra sangre de verdad, no se podía
dejar solo y desamparados aquellos que luchan por cosas que enaltecen el
espíritu humano en contra de fuerzas que solo buscar socavar la verdad.
César, para nuestra premio Nobel, era el
verdadero y legítimo líder de Nicaragua versus esa pantalla de presidente y
oficiales de un verdadero ejército de bananeros mercenarios que «ilegítimamente»,
y en contra de la voluntad general del pueblo se sostenían en el poder, gracias
a la fuerza de sus armas, que les otorga
poder, pero no legitimidad. Así lo dijo resueltamente nuestra Gabriela cuando
se refirió a la declaración del presidente de Estados Unidos: «Hoover
ha declarado a Sandino fuera de la ley», pero qué tamaña estupidez es esta,
nos permite leer entre líneas la Mistral, ya que cómo puede estar fuera de la
ley un nicaragüense, en su tierra, combatiendo un ejército de invasores; los
únicos que no se ajustan al derecho internacional y a los derechos humanos son
justamente los que esgrimen tal tipo de absurdos argumentos.
La invasión de Nicaragua por parte de Estados
Unidos, la hija de Elqui, la iguala a una brutal y primitiva cacería, en donde
no prima la cordura o la inteligencia sino simplemente la fuerza bruta como
único argumento; pero, qué se podría esperar de una nación que se ha construido
en primitivas ideas del más fuerte, en donde hasta la vida tiene un valor
monetario «Tantos miles de pesos por tal
cabeza». La justicia es un sueño para la nación del norte, solo para ser
colocado en películas o libros de superventas, pero que en nada representan la
realidad en la que se mueven las altas esferas de Estados Unidos.
Para la poetisa, la elite económica y
política del Tío Sam está acostumbrada a
tratar a Sudamérica como parte de su propiedad, alabando a los gobiernos y
personalidades que les son afines y construyendo verdaderas manipulaciones
caricaturescas si estas son contrarias a sus deseos. Todo lo que no esté de
acuerdo con su forma de comprender el mundo es parte de una banda de forajidos
sin corazón o razón, es así que cuando se enfrentan a un héroe de verdad, no
saben reconocerlo, ya que han perdido la capacidad de palpar la nobleza: «El guerrillero no es el mineral simple que
él ve y que le parece un bandido químicamente puro; no es un pasmo militar a lo
Pancho Villa, congestionado de ganas de matar, borracho de fechoría afortunada
y cortador de cabezas a lo cuento de Salgari. Ha convencido desde la prensa
francesa y el aprecio español hasta el último escritor sudamericano que suele
leer, temblándole el pulso, el cable que le informa que su Sandino sigue vivo».
La victoria es clara para nuestra Nobel,
Sandino ya ha triunfado por sobre la adversidad, el odio y la traición; su
penacho de gran hombre esta incólume, cual Cirano, porque toda la América
morena lo observa y lo admira; ve en él el espíritu de la pasión desatada por
el amor a la libertad, que no está dispuesta a recibir las migajas limosneras
de un usurpador de poderes, por ello aunque César Sandino encontrara la muerte
en el campo de batalla, aun ahí habría triunfado, porque habría mantenido
incólume la dignidad de toda la América que lo ama y aprende de su rebeldía en
contra de la sumisión a los más fuertes. Así lo expresa la poetisa al decirnos:
«Pero los marinos de Hoover van a
recoger en sus manos un trofeo en el que casi todos los del sur veremos nuestra
sangre y sentiremos el choque del amputado que ve caer su muñón. Mala mirada
vamos a echarles y un voto diremos bajito o fuerte que no hemos dicho nunca
hasta ahora, a pesar de Santo Domingo y del Haití: “¡Malaventurados sean!“ ».
La gran Gabriela solo puede parar su pluma, cuando
termina diciendo con aladas palabras que la lucha de César Sandino, es la lucha
de toda América por la verdadera libertad, leer el texto de esta alta mujer de los
valles del río Elqui enaltece la frente
y nuevamente la otra América, la del sur, aquella que no le dicta al mundo como
debe ser, y no desea imponer sus costumbres e ideas. Vuelve a la vida como un todo homogéneo, y
otra vez me vienen las palabras de Albert Einstein: «…las siguientes generaciones tendrán que creer que nunca hombre igual
paso por esta tierra» y cobran un sentido real -maravilloso en la persona
de Augusto César Sandino ese «general de
aquel pequeño ejército de locos».